Para entender un poquito a estos personajes tan peculiares que poblaron nuestras calles en los 80 hay que remontarse en el tiempo hasta los años 40 y 50, la época de sus padres.
Por entonces el franquismo y el Opus Dei iniciaron el "Plan Nacional de Estabilidad Económica". Se devaluó la moneda y se realizaron otros ajustes. El capital extranjero se vio atraído por los bajos costes laborales, la industria creció de forma notable y las zonas rurales se empobrecieron alarmantemente, creándose un gran desequilibrio entre regiones. A raíz de esto, se inició el éxodo desde las zonas rurales a la ciudad: gente pobre, analfabeta y sin cualificación en busca de un futuro mejor, que se colocaba trabajando en fábricas o limpiando. La mayoría llegaban a la ciudad sin nada más que "lo puesto", instalándose a las afueras de las ciudades, en chabolas. Eran gente de pueblo, acostumbradas a vivir en el campo, en casas con tierra bajo sus pies, no en pisos.
Cuando la situación comenzó a ser insostenible, se pusieron en marcha las Unidades Vecinales de Absorción (conocidos como UVAs) y las Obras Sindicales del Hogar, para realojar a los habitantes de estos poblados. Esto significaba que los propios futuros inquilinos de las viviendas eran los que las construían en sus días festivos. En su
mayoría se construyeron sin un planeamiento urbanístico previo, lo que dio como
resultado barrios llenos de carencias, compuestos por masivos bloques de
infraviviendas, sin infraestructuras adecuadas, y con materiales de ínfima calidad. El barrio de La Mina en Barcelona, Vallecas, Entrevías o San Blas en
Madrid (entre otros muchos, más los que continuaron siendo núcleos chabolistas), se
alzaron como monstruosas pesadillas hiperpobladas. Los pisos eran pequeños, la
mayoría rondaban los 50 metros cuadrados, y en ellos se hacinaban familias
enteras que estaban plagadas de niños (como era costumbre en aquella época).
En estas condiciones más que precarias, se llegó a los años 70: la gran crisis mundial del petróleo hizo estragos en España. El paro se multiplicó por 9, y los primeros empleos de los que se prescindió fue de los poco cualificados. Los barrios pobres se llenaron de familias todavía más pobres. Para entonces, los hijos nacidos en la prosperidad de los 60 ya eran adolescentes que se habían criado en la calle a salto de mata (como hubieran hecho en sus pueblos). A muchos sus padres nunca los habían llevado a la escuela, o habían cursado sólo los estudios básicos. Uno de cada dos jóvenes mayores de 16 estaba en paro, la inmensa mayoría en estos barrios.
Sólo hay que añadir a esta bomba de relojería que las ciudades y sus posibilidades estaban fuera del alcance de la comprensión de sus padres, incapaces de dar en casa una educación de la que ellos mismos carecían: nunca se ha visto en las calles españolas tanta droga como se vio en aquellos años. La necesidad, la desesperanza, el deseo de evadirse, la inactividad, la falta de educación, el ambiente de liberación (estamos a finales de la dictadura franquista) y el fácil acceso a las drogas (la heroína por excelencia en aquella época, con la adicción como consecuencia inevitable) llevaron a la marginación y, con frecuencia, a la delincuencia.
Y así, nacieron los quinquis...