miércoles, 26 de diciembre de 2012

Las Leyes de la Frontera

Recomendado por un compañero bloggero, el libro de Javier Cercas Las Leyes de la Frontera es una hermosa y cruda historia acerca de cómo la elección de tu destino y que la suerte esté de tu parte (bien para alcanzarlo o bien para salvarte de él) están tan íntimamente ligadas que varias personas que en determinado momento juegan un papel similar pueden llegar a tener un final totalmente distinto. Por una palabra, por un gesto, por un tropezón. Por compasión o por un padre. Puede que por un conjunto de casualidades. O quizás por nada en particular. 

Aunque la trama gira en torno a un delincuente ficticio e irredento (el Zarco) elevado a la categoría de mito (a modo del Vaquilla) y una muchacha del grupo (Tere), el epicentro del relato es un chico de clase media (Ignacio Cañas, el Gafitas) al que la inseguridad de la adolescencia y algunas circunstancias aleatorias le llevan a conocer a una pandilla de quinquis (hijos de inmigrantes del campo que viven en la indigencia en la ciudad), a buscar su compañía y a seguir sus correrías, con el sentimiento de invulnerabilidad que experimentamos a esa edad. Con el conocimiento de que que pasan cosas malas, pero con la seguridad de que siempre es a otros. Se forma entre ellos una peculiar amistad (y un singular enamoramiento) que le marca profundamente como persona.


Es también la historia de tantas y tantas familias de inmigrantes rurales y analfabetos que llegaron a la ciudad buscando un futuro mejor y vivieron en la pobreza más absoluta en la recién estrenada democracia. Y la historia de tantos y tantos de esos niños miserables que caminaron con claridad y firmeza hacia el desastre sin que nadie se molestara (o acertara) en evitarlo. La llamaron "La Generación Perdida". Perdida, sí: entre rejas o bajo tierra.

"Deja esto. Ábrete, tío. Ya has visto todo lo que tenías que ver, esto no da más de sí, ¿no te das cuenta?. Más pronto que tarde nos pillarán (...). Nosotros no tenemos donde elegir, solo tenemos esta vida, pero tú tienes otra. No seas gilipollas: déjalo."

"No se engañe: Él no tuvo ninguna oportunidad. Ninguna. Nosotros se las ofrecimos todas, pero él no tuvo ninguna.(...) ¿Qué oportunidades de cambiar tenía un chaval que nació en una barraca, que a los 7 años estaba en un reformatorio y a los 15 en una cárcel? Yo se lo diré: ninguna. Absolutamente ninguna."

Ambientada fuera del más duro "periodo quinqui", evidencia la incredulidad de la policía en los 70, cuando la delincuencia juvenil todavía apenas sí despuntaba, para después dejar un paréntesis de ausencia en el boom  salvaje de los 80 y pasar directamente a los 90, década en la que de nuevo la vida propicia un reencuentro de algunos de los personajes, 20 años después, cuando ya pocos de los muchachos de aquella época quedan, ni libres ni vivos.

Sin rencor, sin acusaciones, en la piel de un escritor que se documenta para un libro hablando con los protagonistas de la historia, se menciona la manga ancha con la que contaba la policía a la hora de actuar con los detenidos en comisaría. También deja patente la ineficacia de la justicia de la época para encauzar el problema y reinsertar socialmente a los muchachos que con 16 años daban con sus huesos en las cárceles, con condenas quizás no muy largas para un hombre maduro, pero para los que los tres o cuatro años que les caían por un atraco eran suficientes para hacer la transición de niños-adolescentes necesitados de orientación y futuro, a hombres endurecidos y sórdidos, tras la convivencia con delincuentes y drogadictos adultos. Hombres jóvenes que no habían conocido más vida que la delincuencia y la prisión, mucho más difíciles de readaptar. Eran, en cierto modo, condenas de por vida. "Yo pasé por el trullo, pero el trullo pasará por tí, te pasará por encima", le advierte uno de los protagonistas a otro.

Como curiosidad, decir también que se han utilizado algunos detalles accesorios que se asemejan sorprendentemente a cierta historia real. Me refiero a un director de cine homosexual que se hace famoso con una saga de películas quinquis, enamorado de su estrella (al que se rumorea que adopta legalmente) y finalmente perdido en las drogas (si bien el que tengo en mente sobrevivió a la tormenta).


Debo disculparme: tal y como ha transcurrido este post, parece la simple y romántica historia de un delincuente juvenil,  llena de idealismo y victimismo social. No lo es en absoluto. Es compleja, matizada y desequilibrada, irregular y parcial como lo son los personajes, que sufren por ello todas las consecuencias humanas de sus propios miedos, anhelos, triunfos y fracasos.

Quizás las únicas certezas que quedan tras el relato son, por un lado, que hay hechos de nuestra vida que nunca conseguiremos comprender, dudas que nunca despejaremos, y personas que a pesar de ser profundamente íntimas para nosotros, jamás conseguiremos descifrar; y por el otro, que no existe la verdad (la absoluta, la indiscutible), ni existe un sólo punto de vista acerca de qué está bien (o mal), si tan solo nuestra versión del mundo. La de cada uno. Y esto, o lo que en determinado momento demos por cierto, por objetivo, por real, es lo que pasa a conformar nuestro recuerdo tanto como determinar nuestro futuro.